sábado, 22 de agosto de 2015
El 23 de Mayo de este año, fallecía John Nash (nacido en 1928). Nash fue un brillante matemático que recibió el premio Nobel de Economía de 1994. En 1958, Fortune destacó a Nash por sus conquistas en teoría de juegos, geometría algebraica y teoría no lineal, calificándolo como el más brillante de una joven generación de matemáticos. Parecía destinado a logros continuos, pero en 1959 se le diagnosticó esquizofrenia. Nash se deslizó dentro y fuera de la esquizofrenia durante décadas, creyendo que los extraterrestres lo habían nombrado Emperador de la Antártida. En otras ocasiones creía ser una figura mesiánica. Creía que las cosas ordinarias – un número de teléfono, una corbata de colores, un perro que corría por la yerba, una carta en hebreo, una frase en un periódico- escondían un significado importante. Lamentablemente, el hijo de Nash también fue esquizofrénico.



La esquizofrenia como trastorno del yo :



De acuerdo con la fenomenología, el hecho básico que subyace a los «síntomas» por los que se diagnostica la esquizofrenia es una particular alteración de la experiencia de sí mismo y del mundo. En esta perspectiva, la esquizofrenia se ofrece, ante todo, como un trastorno del yo, del sujeto o de la persona. La perspectiva del yo permite entender la heterogeneidad de la esquizofrenia, viendo cómo los distintos y dispares síntomas están enraizados en ciertas alteraciones de la experiencia de sí mismo. Esta concepción sigue los desarrollos debidos, principalmente, al psicólogo estadounidense Louis Sass y al psiquiatra danés Joseph Parnas (Sass y Parnas, 2003; 2007), así como al psiquiatra Giovanni Stanghellini (Stanghellini, 2004a; 2010), entre otros. Se trata de desarrollos que combinan una nueva descripción fenomenológica de la experiencia, con la investigación empírica y la práctica clínica.


Entre las experiencias de sí mismo más desconcertantes y desafiantes, tanto para la comprensión como para la explicación, destacan la alienación y la omnipotencia o cosificación y grandiosidad, a menudo dadas en el mismo paciente y hasta simultáneamente. La alienación es una forma de despersonalización consistente en experimentar aspectos de uno como si fueran objetos ajenos, percibidos en tercera persona. Así, el paciente siente el cuerpo como si fuera un objeto mecánico, los pensamientos se hacen sonoros (convertidos en voces extrañas) y las acciones parecen influidas por agentes y poderes externos. Por el contrario, la omnipotencia supone sentirse uno creador y grandioso, todo poderoso, como si con su pensamiento pudiera cambiar el mundo. Así, James Tilly Matthews, el primer caso descrito de esquizofrenia en 1810 (Carpenter, 1989), se siente como un autómata influido por la acción magnética de rayos debidos a un telar manejado por espías y a la vez se siente como un emperador del mundo entero que arroja de sus tronos a quienes los usurpan (Haslam, 1810/1988, p. 2). Daniel Schreber, el caso más célebre de la historia de la psiquiatría, gracias a sus Memorias de un enfermo de los nervios, de 1903, se sentía influido por rayos cósmicos que transformaban su propio cuerpo en un cuerpo de mujer y, a la vez, creía que sus pensamientos movían las nubes y cambiaban el tiempo (Schreber, 2008).



Por su parte, la alteración de la experiencia del mundo se caracteriza por la desrealización. El mundo se ofrece falto de realidad y descontextualizado, de modo que las cosas pierden su sentido habitual. Un tal sentimiemto de irrealidad lo refiere Renée en su Diario de una esquizofrénica: «Durante la clase, oía ruidos en la calle: el paso de un tranvía, gente discutiendo, el claxon de un coche, me parecían separados de su objeto y sin ninguna significación. A mi alrededor las compañeras me parecían robots o maniquíes, accionados por un mecanismo invisible; sobre el estrado, el profesor que hablaba, gesticulaba, se levantaba para escribir en la pizarra, parecía también un títere grotesco» (Sechehaye, 2003, p. 124). El mundo esquizofrénico es bien distinto del mundo del que que no ha experimentado semejante alteración. No es por tanto fácil de comprender, ni de explicar. Apenas existen experiencias comunes que pudieran aproximarse. Cuando estás expectante por si te llaman, terminas oyendo el teléfono o tu nombre, sin que nada suene, pero supóngase que esto ocurre a todas horas y en todos los sitios y lo que oyes son frases que te insultan, comentan sobre ti, o te piden hacer algo impropio. Así son las alucinaciones.

Imagen de la película "una mente maravillosa"



No se trata de meros errores de juicio o, como se dice, de procesamiento de la información. Se trata de una alteración del modo de ser y estar en el mundo. Cuando a John Forbes Nash, paciente de esquizofrenia, matemático y premio Nobel de Economía, objeto de la película Una mente maravillosa (de 2001), le preguntaron: ¿cómo es posible que usted, un matemático, un hombre consagrado a la razón y a la demostración lógica... cómo es posible que haya creído que los extraterrestres le estaban enviando mensajes? ¿Cómo puede haber creído que los alienígenas lo habían reclutado para salvar el mundo?» «Porque las ideas que concebí —responde el propio Nash— sobre seres sobrenaturales acudieron a mí del

mismo modo en que lo hicieron mis ideas matemáticas, y por esa razón las tomé en serio» (Nasar, 2001, p. 10). 

Explicar cómo se llega a semejante alteración, ese es el desafío para toda psiquiatría y psicología que se precien.

Una Mente Prodigiosa : 

En 1959, Nash experimentaba una extraña y terrible metamorfosis. Paul Cohen en 1996, explicaría, que aquel otoño, Nash se dedicó a hacer pequeños chistes y comentarios intrascendentes sobre acontecimientos mundiales, números interesantes de matrículas de coches y cosas por el estilo; eran apuntes divertidos – decía-, pero mostraban que algo no iba bien del todo. Nash comenzó a concentrar su atención en ciertas personas. Una de ellas, un estudiante de último curso llamado Al Vasquez, nunca había asistido a sus clases y era una especie de protegido de Paul Cohen:



- Me encontraba con él en la sala común y me decía cosas: no era una conversación, sino más bien algo parecido a un monólogo. Me daba pruebas de imprenta de sus artículos y me hacía preguntas extrañas sobre ellos.

Sin embargo, nada de aquello parecía especialmente alarmante ni sugería una enfermedad declarada, sino que daba la impresión de tratarse simplemente de un nuevo estadio de evolución de la excentricidad de Nash. Su conversación , en palabras de Raoul Bott, “siempre había mezclado las matemáticas y el mito”. Su estilo dialéctico había sido siempre un poco extraño, y nunca parecía saber cúando hablar, cúando callar o cúando tomar parte de un intercambio de opiniones corriente. En 1997, Emma Duchane recordaría que Nash, desde que se conocieron en la época del noviazgo de Alicia con él, siempre había contado historias interminables que acababan con frases misteriosas y fuera de lo común.



Justo antes del día de Acción de Gracias, Nash había propuesto a Ramesh Gangolli, su ayudante en la asignatura sobre la teoría de juegos, y a Alberto Galmarino, un estudiante de aquella asignatura a quien estaba ayudando a escoger un tema para la tesis, que lo acompañaran a dar un paseo. Mientras caía la tarde y caminaban por el puente de Harvard, sobre el río Charles, Nash emprendió un largo monólogo que a ambos, que acababan de llegar a Estados Unidos, les resultó difícil de seguir: se refería a las amenazas a la paz mundial y los llamamientos en favor de un gobierno global. Nash parecía confiar en los dos jóvenes e insinuó que se le había pedido que desempeñara algún papel extraordinario.



También por aquella época, Atle Selberg, uno de los grandes expertos en teoría analítica de los números, ofreció una charla en Cambridge, y Nash, que estaba entre la audiencia, pensó, al parecer, que el orador estaba en posesión de algún secreto que no quería revelar.



- Me planteó algunas preguntas que pensé que, en cierto sentido y desde mi punto de vista, resultaban bastante inadecuadas en relación con el tema – recordaba Selberg-. Parecía que hubiera entendido algo muy diferente de lo que yo había pretendido. Formulaba sus preguntas como si yo tuviera algún programa oculto que no había revelado por completo y que él quería descubrir. El tema de la conferencia era la rigidez de los espacios localmente simétricos, y Nash planteó algunas preguntas que insinuaban que yo tenía un motivo oculto y secreto, que el sospechaba que tenía que ver con la hipótesis de Riemann, lo cual, por supuesto, no era el caso.


Tiempo despúes, Nash entraba por una sala arrastrandose los pies. Nadie se tomó la molestia de dejar de hablar, y Nash, sosteniendo un ejemplar de The New York Times y sin dirigirse a nadie en particular, se acercó a Hartley Rogers y a otros y les señaló el artículo del extremo superior izquierdo de la portada, el off-lede, como lo llaman los redactores del periódico. Nash decía que alguna potencia extraterrestre o quizá gobiernos extranjeros se estaban comunicando con él a través de The New York Times; los mensajes, que iban dirigidos exclusivamente a él, estaban codificados y exigían un análisis minucioso. Nadie más podía descifrarlos; solo a él le estaba permitido conocer los secretos del mundo. Rogers y los demás se miraron entre sí : ¿estaba bromeando?



Emma Duchane recordaba haber viajado en coche con Nash y Alicia, y que John “cambiaba constantemente de una emisora a otra; nosotras pensábamos que lo hacía para fastidiar, pero él creía que le estaban transmitiendo mensajes. Estaba haciendo verdaderas locuras, pero no nos dábamos cuenta”.



Nash le regaló a uno de sus estudiantes de doctorado un permiso de conducir caducado en el cual escribió el apodo del estudiante – St. Louis- encima de su nombre y le dijo que era un “permiso de conducir intergaláctico”; también le comentó que era miembro de un comité y que a él le iba a encargar la zona de Asia. El estudiante explicaba que “dada la impresión de que me estaba tomando el pelo”. Algunas personas ante este comportamiento pensaron que Nash estaba tramando alguna rebuscada broma personal; se hablaba mucho de esa posibilidad.



Según recordaría Nash en 1996, empezó a fijarse en la presencia, en el campus del MIT, de hombres con corbata roja que parecían trasmitirle señales :



“Tuve la impresión de que, en el MIT, quienes llevaban corbatas rojas lo hacían para que me fijara en ellos y, a medida que mi delirio fue en aumento, adquirieron significado para mí las personas con corbata roja no solo del MIT, sino de todo Boston”.



En cierto momento, Nash llegó a la conclusión de que los hombres de corbata roja formaban parte de un plan bien definido :



“También había alguna relación con un partido criptocomunista -diría en 1996”

Este caso de John Nash me hace plantearme si muchos comportamientos de algunos conspiranoicos y creyentes en esas teorías y de supuestos contactados, no obedecerán más a comportamientos propios de esquizofrénicos, quizá con un menor grado de enfermedad. ¿Que diferencia existe entre los pensamientos que tuvo Nash y lo que algunos conspiranoicos piensan y divulgan?. Yo no veo una diferencia muy grande.

Sin más, eso es todo. Saludos.
Fuentes :

Una mente prodigiosa - Sylvia Nasar 
La maravilla de los números – Clifford A. Pickover
Esquizofrenia y cultura moderna : razones de la locura – Marino Pérez-Álvarez.
http://www.unioviedo.es/reunido/index.php/PST/article/view/9095


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